Rolitas

viernes, 10 de diciembre de 2010

Mi infancia fue feliz



Pienso que tuve una infancia feliz. No considero muy a menudo ese gran regalo de la vida. No mencionaré aquí detalles sobre los millones de niños que laboran en todo el mundo en condiciones miserables y otros más cuya infancia simplemente es nula, horrible o dolorosa. Esta vez no haré comparaciones entre mi vida y la vida de otros, simple y llanamente hablaré de la mía.


Mi infancia fue feliz.
Fui una infanta muy consciente de mi entorno desde pequeña y desde muy corta edad comencé a preguntar por la luna, los planetas, Dios, los ángeles, las personas de otras razas, la tristeza y la alegría, los sueños, la guerra, el dinero, la política...el amor fraternal y universal....


Mi mamá me ponía blusitas bordadas con pequeñas mariposas de colores, overoles con la figura de perros en el frente y sus orejas gachas colgando a los lados, vestidos con dos enormes fresas por bolsillos, chamarras de texturas aterciopeladas y zapatitos bubble gummers, candie's y windies. Mi papá llegaba todos los viernes temprano para llevarnos a mi hermano y a mí a comprar un hot-dog, una carne asada o llevarnos al cine. Habían poquísimos establecimientos en aquel entonces cerca de la casa para salir a entretenerse.


De niña, mi papá me llevaba peinada con dos coletas a pasear con mi triciclo rojo apache. Ibamos a parques en Izcalli y visité casi todos los parques en Santa María la Ribera en el d.f. y en Azcapotzalco.


Siempre que salíamos de paseo a algún pueblito me compraban lo que yo quería, que era casi siempre un pequeño pianito con teclas electrónicas como una calculadora y partituras para tocar diferentes melodías presionando los botones.


En navidad mi papá nos compraba ropa linda y nos obsequiaba galletas, chocolates y cuentos. Siempre me gustó leer y él me compraba La pequeña Lulú o Archie en el puesto de periódicos, me encantaba cuando tenía seis años. También me compraba muchos libros de cuentos, varios que aún conservo en excelentes condiciones. Me compró todos los números de la revista Barbie y los hizo empastar con mi nombre en letras doradas al frente, por supuesto aún lo conservo. Decorábamos el arboloito de navidad juntos, poníamos las figuritas del nacimiento sobre musgo y heno, me encantaba sentarme al pie de la escalera a observar las lucecitas del árbol. Mi papá nos regalaba tarjetas de navidad bellamente decoradas para mandar nuestra cartita a los reyes magos y casi siempre me traían lo que pedía. En día de reyes mi mamá preparaba chocolate abuelita y partíamos la rosca en familia.


Fui a una primaria que se ubicaba cerca de la casa, mi mamá siempre cocinaba cosas deliciosas, o será que como nos acostumbró a comer de todo desde chiquitos y a no ser remilgosos, pues me parecía que todo lo que cocinaba, desde una simple sopita de letras hasta un guiso en salsa, una crema o los frijolitos, eran un gran manjar. La frase de mi mamá cuando llegábamos de la escuela a la casa era "Ya llegaron, llenos de hambre, llenos de calor!" Claro que exageraba un poco, digo, ni nos morimos de calor y mucho menos de hambre.


Mi mamá me regalaba cosas curiositas como bolitas de diseños originales de frutas y animalitos para peinarme las coletas, muñecos lindos, pero pequeños, ella siempre fue de obsequios muy sencillos y lindos, nada extravagante.


Mi papá me contaba historias que él mismo inventaba cuando me iba a dormir. Recuerdo mucho una de un niño que se perdió en un bosque donde había un arroyo de malteada de chocolate. Y recuerdo un pequeño restaurante familiar que desapareció hace algunos años llamado Grillos donde solía llevarnos de niños los fines de semana.


Mi mamá era algo tímida y en los festivales escolares no era muy notoria su presencia, tampoco lo fue el resto de los años que duró mi educación, pero siempre se encargaba de hacer el vestuario para los festivales y festejos escolares.


Todo lo que he mencionado aquí de mi niñez parecería algo de lo más común y corriente, pero ahora que lo miro despacio y en retrospectiva, me doy cuenta de que fui una niña afortunada, amada, querida, consentida y feliz. Siempre hubo en mí un dejo de nostalgia como si fuera una persona adulta que añorara algo sin que nunca supiera con certeza qué era ese algo. Pero tuve muchos momentos dulces en compañía de mi familia.


Y sí, es inevitable comparar mi infancia con la de otros en situaciones tristes y difíciles...más que difíciles por no decir otra cosa, por ello aprecio y atesoro aún más mi pasado, mi origen y mi infancia. Creo que mis padres me educaron lo mejor que pudieron sin estar conscientes de ello, creo que lo hicieron bien porque mucha gente que hoy en día me conoce me lo refiere. Se los agradezco...y mucho. Porque con todo ese cariño de la infancia nutrí mis anhelos y deseos, y pese a los tiempos difíciles y confusos que vivo actualmente (no de manera personal, sino en el ambiente cotidiano que me rodea) ese cariño que recibí de niña fue tan grande que aún actualmente me ayuda a continuar sobre mis pasos largos y sinuosos caminos. Espero un día poder prodigarle a mis hijos todos los regalos amorosos y enseñanzas que yo recibí; si no multiplicados, al menos mejorados. Ya ven que más vale calidad que cantidad.

1 comentarios:

Eleutheria Lekona dijo...

Muy hermoso relato.

Este ejercicio de recordar la infancia –para algunos más paradisíaca que para otros- es, quitando los casos que ya sabemos, siempre una forma muy particular de reencontrarse, de no olvidar lo que uno es. Justo hace unos días escribí una reflexión en donde recordé mucho, mucho a mi madre y todas las cosas que, siendo niña, sembró en mí (como el amor a las Matemáticas y a los animales). Yo no sé si lo suba al blog. Lo que sí sé es que nada de lo que haya pasado después con mis padres, va a borrar todas las cosas que, con no pocos sacrificios, hicieron por mí.

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