Rolitas

miércoles, 20 de junio de 2012

Caballito de Peluche,
mi raza favorita :)


Justo esta noche se presenta Cavalia en la carpa Santa Fe. Una exhibición de caballos. Coincidió con que por la tarde estaba revisando algunas imágenes de estos hermosos animales de los que conozco tan poco pero el día nublado y lluvioso me hizo pensar en ellos, así que me di un chance de investigar un poquito para enterarme y lo comparto pues es bello conocer sobre los seres con quienes compartimos nuestro planeta todos como criaturas de Dios.

Árabe

Falabella, caballo miniatura

Mustang

Percherón

Pura Sangre


¿Cuáles pueblos fueron los primeros en amansar caballos salvajes? No lo sabemos; quizá no lo sepamos nunca con certeza; pero nos es permitido hacer suposiciones atinadas al respecto, ateniéndonos a la evolución, en parte conocida, del caballo en el curso de las edades, y a antecedentes históricos.

Cuéntase que cuando Hernán Cortés invadió y conquistó a México, a principios del siglo xvi, los indios aztecas, pobladores de aquel país, sorprendidos y aterrorizados por los caballos de la expedición, animales desconocidos para ellos, dieron en atribuirles carácter de monstruos, y pensaron que jinete y cabalgadura eran un mismo ser, renovando así en su temor el mito de los centauros, mitad hombres, mitad caballos, de la mitología griega. Tan grande fue su terror, que hay quienes afirman que no contribuyó en poco al rápido dominio del español en aquella parte de América. Que en imperio tan vasto y tan bien organizado como lo era el azteca, extendido desde el Golfo de México hasta más allá de Tejas, ignorasen en absoluto la existencia del caballo, nos autoriza a pensar que éste faltaba en toda América septentrional, en la época de su descubrimiento, y a descartar en consecuencia a los indios norteamericanos como primeros amansadores de caballos todavía salvajes.
Sin embargo, enormes manadas de ellos (muy diferentes por cierto de los actuales, como luego veremos), en épocas remotísimas, miles de siglos, antes de aparecer el hombre, poblaban a América del Norte; pero se habían extinguido, quedando, como memoria de su existencia, sus restos sepultados en capas inferiores de la tierra, de donde los naturalistas extraen ahora sus huesos fosilizados.
Lo mismo, poco más o menos, ocurrió en América del Sur. Los animales de la familia del caballo descendieron desde el Norte, pasando por el istmo que hoy llamamos de Panamá, y se extendieron por todo el continente; mas no eran exactamente como nuestros caballos, sino que, a juzgar por los restos que de ellos se encuentran algunas veces, debieron de parecerse más a las cebras o a los asnos. Sea como fuere, muchos siglos antes del descubrimiento de América, estos animales se habían extinguido por completo, como se extinguieron tantas otras especies de la fauna prehistórica americana, que conocemos sólo por sus restos fósiles; de manera que cuando llegaron al Nuevo Mundo los descubridores españoles y de otras nacionalidades, con sus caballos, los indígenas no tenían la menor noción de lo que eran estos animales, y los miraban como seres terribles o maravillosos. En Guatemala se dio el caso de que los indios llegaron a rendir culto a uno de los caballos de Hernán Cortés, teniéndolo por una especie de dios, y cuando murió, hicieron su estatua y la colocaron en uno de sus templos.
Sin embargo, poco a poco, y lo mismo en América del Sur que en la del Norte, el indio fue perdiendo el miedo al caballo y se habituó a hacer tanto uso de él como los mismos europeos, acabando por convertirse en un consumado jinete. Durante sus luchas con el hombre blanco, y como consecuencia de los accidentados episodios de la colonización, muchos caballos se escaparon y se propagaron en completa libertad, así en las praderas del Norte como en las pampas del Sur, dando origen a las inmensas manadas de caballos montaraces que, según los países, se conocieron con los nombres de cimarrones, baguales, mesteños o mustangs. Los indios cazaban muchos de estos caballos y también robaban los de los blancos, siempre que podían, llegando así algunas tribus a ser dueñas de grandes caballadas y a hacerse temibles por su habilidad como guerreros montados.
El caballo propiamente dicho, el verdadero caballo actual, llegó a América, por lo tanto, desde el Viejo Mundo, y cuando ya llevaba en éste muchos siglos de domesticidad; pero lo interesante es que los antepasados del mismo caballo fueron americanos. En efecto, aproximadamente en la misma época en que los animales de la familia caballar pasaron desde América del Norte a la del Sur, otra emigración análoga se dirigió hacia el norte de Asia, a través de un istmo que entonces existía en lo que ahora es el estrecho de Bering, y una vez que invadieron el continente asiático, los caballos se extendieron sin dificultad por Europa y el norte de África.
Partes del caballo
Los caballos no fueron siempre tal cual son hoy. El hombre, al hacer del caballo uno de los más fieles y útiles servidores, aprovechó el término de una larga serie de transformaciones ocurridas durante millones de años, cuando él aún no existía en el mundo, y de las cuales dan testimonio los restos fósiles de caballos que se extraen de capas de tierra de diferente antigüedad y ubicación.
Los más antiguos antepasados del caballo que se conocen, vivían hace unos sesenta millones de años, y eran animales mucho más pequeños que cualquiera de esos ponies enanos que se ven en los circos. Su talla, en efecto, no llegaba a la de un perro de caza. Como la época en que existieron se denomina en geología período Eoceno, los naturalistas han bautizado a aquellos caballitos primitivos con el nombre de eohipos, queriendo decir caballos eocenos; pero también se puede traducir por caballos de Eos, que era el nombre antiguo de la aurora, lo cual resulta muy apropiado, ya que dichos animales venían a representar algo así como el amanecer de una nueva e importante familia. A diferencia de los caballos actuales, que sólo tienen un dedo en cada pata, terminado en un fuerte casco que representa la uña, los eohipos tenían cuatro dedos en las patas anteriores y tres en las de atrás, como tiene el tapir actual. Hay que advertir que los tapires son como primos lejanos del caballo, y es muy probable que también desciendan de los eohipos. Otra particularidad de aquellos remotos antecesores del caballo estaba en la forma de las muelas, que en vez de ser como en los equinos de ahora, se asemejaban a las nuestras. Hubo eohipos lo mismo en Europa que en América del Norte; pero, mientras en Europa su descendencia se extinguió relativamente pronto, sin dejar sucesión, en América dieron origen a toda una larga serie de descendientes, que a través de las edades geológicas fueron experimentando notables modificaciones en sus caracteres. Los eohipos fueron animales propios de bosques pantanosos, pero sus sucesores fueron adaptándose a la vida en grandes espacios abiertos, en las llanuras y en las estepas. Su talla se fue elevando gradualmente; sus muelas, hechas en un principio para masticar hojas y brotes tiernos, cambiaron de forma y se hicieron idóneas para triturar pasto, y el número de sus dedos se fue reduciendo, como ocurre en todos los animales muy corredores. Primeramente desapareció uno de los cuatro dedos de la pata anterior, quedando tres en cada pata: más tarde, de estos tres dedos, los dos laterales empezaron a acortarse, mientras el del centro crecía cada vez más, y al fin resultaron los equinos actuales, en los que solamente vemos un dedo, aunque si examinamos su esqueleto encontraremos detrás de los huesos de ese dedo un par de varillas óseas, que los veterinarios llaman huesos estiloideos, y que son lo último que ha quedado como recuerdo de la antigua existencia de los dedos laterales. 
Fuente http://www.escolar.com/lecturas/reino-animal/la-historia-del-caballo

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